Og Mandino
La Elección
Capitulo #03
Después de esa dolorosa
despedida en la biblioteca del señor Hadley, Louise y yo le dimos otro giro
importante al curso de nuestra vida, un cambio que sin lugar a dudas convenció
incluso a nuestros amigos más íntimos y familiares de que ninguno de los dos tenía
buenas cartas en la mano.
¡Compramos un faro!
Una mañana, Louise y yo bebíamos nuestra segunda taza de café, después de que Todd y Glenn ya se habían ido a la escuela, cuando sonó el teléfono. Estaba al habla Bob Boynton, gerente de la sucursal de Treasuty Insurance Company en Keene, New Hampshire. Bob y yo llegamos a ser muy buenos amigos durante el curso de los últimos cinco años, aun cuando él me llevaba por lo menos veinte años, tanto por su edad como por su experiencia en ventas. Lo que más me agradaba de Bob era que, a pesar de mi relativa juventud, nunca escuché un acento de condescendencia cuando me llamaba jefe. Siempre guiaba su barco con mano firme y los incrementos en sus ventas, un año tras otro, mantenían sin cejar a su territorio casi a la cabeza de nuestra zona.
Mark, te aseguro que te
extraño, pronunció la áspera voz.
-Yo también te extraño,
Bob. ¿Cómo van cosas?
-Sencillamente fantásticas.
Según parece, hasta ahora hemos tenido otro año récord.
-No podría esperarse otra cosa de ti.
-Mark, ¿todavía seguís Louise y tú en busca de una casa?
- ¡Por supuesto que así es! Puedes nombrarme cualquier ciudad o población de la parte norte de Nueva Inglaterra y puedo garantizarte que la hemos visitado durante los últimos tres meses. Apuesto que hemos recorrido cuando menos dieciséis mil kilómetros, pero todavía no hemos encontrado lo que queremos y a un precio que podamos permitirnos. Ya conoces a Louise; insiste en que cuando veamos el sitio que nos está destinado, lo sabremos.
- ¿Ya vendiste tu casa?
-No solamente ya la vendimos, sino que ya se firmaron todos los documentos. Por fortuna para nosotros, el comprador es un ejecutivo de IBM a quien transfirieron de Dallas, pero no se mudará hasta el primero de febrero; eso nos deja sólo tres meses de respiro antes de que tengamos que marcharnos. Hasta entonces le pagaremos el alquiler, pero ya empezamos a acercarnos al momento de pánico.
-Pues bien, ya puedes
relajarte, mi viejo amigo, porque te he encontrado tu próximo hogar. Se
encuentra a unos veinticuatro kilómetros de aquí, entre las poblaciones de Jaffrey
y Jaffrey Center. Cuando Louise veáis la propiedad, ambos sabréis que vuestra b
al fin ha llegado a su término.
- ¿A qué te dedicas ahora, a ganarte algún adicional vendiendo bienes raíces?, replique can sarcasmo.
¡Debes estar bromeando! ¿A qué hora?
¿De
la anoche al amanecer? ¿Estas familiarizado con el
nombre de Joshua Croydon?
He escuchado el nombre,
Bob, pero no puedo ubicarlo.
Pues bien, Mark, Joshua
Croydon fue un brillante naturalista, y sus libros para niños, que hablan de
las Maravillas de la naturaleza, son magníficos.
-Por supuesto; creo que Todd tiene algunos. Pero, qué tiene que ver Joshua Croydon con...
-Joshua Croydon falleció hace seis semanas; tenía setenta y nueve años de edad. También era uno de los asegurados con Treasury Insurance y el día de ayer fui a su casa cerca de Jaffrey, con objeto de ayudar a su viuda a llenar las solicitudes de reclamación por fallecimiento. Su casa se encuentra en lo alto de una elevada colina, a poco menos de medio kilómetro de la carretera 124. Incluye una hectárea y cuarto de tierras, parte de ellas siempre cultivadas por el señor Croydon como jardín y huerto. Cultivaba tanto legumbres como flores, así como un pequeño prado. El resto de la colina está cubierto de arces y elevados pinos. La casa tiene por lo menos setenta años y fue construida por un viejo capitán ballenero que antaño se hacía a la mar en Bath, Maine. Tiene siete habitaciones y cuatro chimeneas. Maderaje y paneles interiores originales. Hace seis años los Croydon la aislaron completamente. El exterior es de chapa de chilla y el techo es de vigas; también hay un granero muy amplio que los Croydon usaban como garaje. La señora Croydon me comentó que pondría la casa en venta; es demasiado grande para que ella sola maneje a su edad. Le manifesté que creía que le entraría un cliente y me prometió que pospondrá su llamada al agente de bienes raíces hasta que yo me comunique con ella. La naturaleza y el hombre.
- ¿Cuánto pide por ella? ¿Te lo dijo?
- Noventa y cinco mil
dólares y vale cada centavo de esa suma, incluso en este mercado en eso no es
todo; he dejado lo mejor para el final.
-Como lo haría cualquier buen vendedor.
-¡No, no! Espera hasta que me hayas escuchado. Mark, ¿hablabas en serio cuando anunciaste. esa fiesta de despedida que te ofrecimos en el s que pensabas dedicarte a escribir?
-Absolutamente en serio.
-Pues bien, escucha esto. ¡En la propiedad de Croydon, a unos veintiocho metros de distancia de la casa, se yergue un faro!
¿Un qué?
-Un faro, tal vez de unos doce o quince metros de altura.
-Bob, el Océano Atlántico se encuentra por lo menos a unos noventa y siete kilómetros al este de Jaffrey. En nombre de Dios, ¿quieres decirme qué hace un faro en la parte suroeste de New Hampshire? … -No me lo explico. La señora Croydon me contó que es constructor original, ese viejo lobo de mar, aparentemente quería erigir una especie de monumento å sus días de gloria durante la época de aquellas viejas goletas, de manera que cuando se retiró, se construyó un faro. Pero Mark, todavía hay más. Cuando los Croydon se mudaron, el señor Croydon no escatimo en gastos para convertir el viejo faro en su estudio para escribir. ¡Deberías verlo! El. interior, desde el suelo hasta lo más alto de la torre, está completamente, recubierto de madera de pino nudosa y en el centro hay una escalera de caracol de hierro forjado. ¡Y en los muros hay estantes para libros con un fácil acceso desde la escalera, en número suficiente para darles cabida a todos esos libros tuyos!
-Eso me suena demasiado bien para ser...
Permíteme terminar mi
propaganda de ventas. va te mencioné que ese lugar se encuentra en lo alto va
colina; pues bien, cuando asciendes esas escaleras interiores hasta lo
alto del faro, te encuentras en la habitación circular recubierta de
Thermopane, canapés y una mesa, en vez de linternas y faros de gran ciencia
para guiar los buques extraviados. De pie allí en tu propio paraíso en
miniatura, dominas la perspectiva del monte Monadnock, a sólo diez kilómetros
de distancia, que te dejará sin habla y está tan alto que en un día claro
puedes admirar algunos de los picos más elevados de Massachusetts y Vermont. El
faro cuenta incluso con su propia chimenea y con una caldera de petróleo;
puedes escribir allí durante todo el invierno, como acostumbraba hacerlo el señor
Croydon. Mark, cuando respires ese aire puro y el aroma de los pinos y
experimentes esa silenciosa tranquilidad a tu alrededor ¡te garantizo que te
meterás la mano en el bolsillo para sacar el talonario de cheques! Debes
echarle una mirada a esa joya, es algo que te debes a ti mismo, y que les debes
a Louise y a los pequeños.
Por supuesto que los
cuatro fuimos a echarle un vistazo y fue un caso de amor a primera vista.
Cambiamos nuestros dos automóviles por un jeep con tracción en las cuatro
ruedas y llegamos a nuestro hogar a principios del mes de enero, acompañados de
dos camiones de mudanzas, uno de ellos lleno con más de cien cajas con mis
libros. Frente a la casa se encontraba una camioneta estacionada y al dar
vuelta al pequeño camino circular pude ver a la señora Croydon y a otra mujer
que descendían del vehículo. Nos presentó a su hija, que había venido a
ayudarla a recoger sus últimas pertenencias y que conduciría a la anciana dama
a su nuevo hogar, un pequeño apartamento cerca de donde vivía su otra hija, en
Nashua.
La señora Croydon me
pareció mucho más pequeña que la última vez que nos vimos y su voz se quebraba
frecuentemente mientras charlábamos. Sonrió con añoranza y declaró:
- Pensamos que deberíamos esperar un poco, que usted me informó que llegarían probablemente antes del mediodía. De todas formas, no me pareció correcto dejar las llaves en el buzón; es mejor que personalmente se las entregue, señor Christopher, ý que les desee a usted, a su esposa y a sus hermosos hijos tanta felicidad como la que disfrutamos Joshua y yo durante más de treinta años.
Sus manos temblaban al
depositar las llaves en las mías. Después dio la vuelta y se quedó mirando
hacia 12 puerta del frente, mientras sus débiles hombros se encorvaban
visiblemente; movió la cabeza.
-Este último año Joshua ya no estuvo aquí para colgar la guirnalda de Navidad en esa puerta. No lo sé simplemente no lo sé. ¿Cómo le dice un adiós a la cuna de miles de momentos felices?
Se volvió y abrazó a Louise, quien luchaba por contener las lágrimas.
-Señora Christopher, por favor escuche a una anciana. Los años transcurren veloces. Disfruten de su mutua compañía, disfruten de cada día y aprendan a agradecer las mercedes divinas; nunca las den por sentadas, y por favor, cuiden bien de nuestro hogar.
-Así lo haremos, señora Croydon, sollozó Louise, se lo prometemos.
La anciana dama alzó la vista hacia un manto de oscuros nubarrones que en ese momento pareciera apenas a unos cuantos metros sobre lo alto de la colina.
-Creo que ha llegado el momento de partir; empiezo a oler la nieve. ¡Oh, oh, casi me olvidaba, señor Christopher ! Venga conmigo por favor, esto no nos llevará mucho tiempo.
Me tomó de la mano y me guio
en dirección al granero al cruzar las puertas abiertas y adentrarnos en la oscuridad
con olor a humedad, señaló hacia un rincón.
Allí encontrará una compresora para la nieve, e le vendrá muy bien por estos lugares; hace apenas In inviernos que la compramos y es suya. Además, también hay el problema de despejar la nieve de la larga senda que conduce a la casa desde la carretera 124. Le recomiendo que para eso llame a un caballero de Jaffrey, cuyo nombre es Bill Lang; su número está en la guía telefónica. Es amable y honrado y puede hacer los arreglos necesarios con él siempre que necesite abrir el camino, y créame que será necesario.
Le di las gracias y una vez más me estrechó la mano. -Ahora, vayamos al faro un momento.
La puerta del faro no tenía echada la llave; le dio vuelta a la manija y me precedió al interior. El eco de nuestros pasos resonaba contra los muros recubiertos de pino, cuyos estantes ya no guardaban la colección del señor Croydon. Ya habían retirado de la planta baja el resto del mobiliario y las lámparas, con excepción de un amplio escritorio de pino sobre el cual había una máquina de escribir Underwood, de aspecto bastante antiguo.
La débil vocecilla de la señora Croydon repercutió por todo el faro.
-Según tengo entendido, señor Christopher, usted es escritor.
-Espero llegar a serlo.
-Es una profesión de lo más difícil y solitaria y, no obstante, estoy segura de que mi esposo pasó sus horas más felices en este lugar, sentado frente a ese escritorio, rodeado de sus libros y esforzándose por encontrar las palabras más adecuadas para describir sus pequeños lectores sus creencias en lo referente verdadera relación entre Dios, la
Se inclinó sobre la
máquina de escribir y sus dedos acariciaron las desgastadas teclas.
-A una hora avanzada de la noche -suspirón siempre que Joshua trabajaba en un libro, yo acostumbraba traerle aquí una jarra de té caliente antes de retirarme a dormir. Se interrumpía en la concentración de su labor apenas el tiempo suficiente para darme las gracias y un beso de buenas noches, y al salir por esa puerta siempre pronunciaba las mismas palabras: Rómpete una pierna!. Fui actriz hace muchos años, señor Christopher, y ésa era la extraña manera en que los actores acostumbraban desearse buena suerte.
-Sí, lo sé —respondí con un gesto de asentimiento—. Y dígame, señora Croydon, ¿Qué significan todas esas monedas de un centavo pegadas a un costado de la máquina de escribir?
-Ah, sí —y su rostro se iluminó- Cada vez que Joshua terminaba un libro, pegaba una moneda de un centavo en la máquina; deben sumar catorce. Decía que eran sus muescas de cobre y que cada una de ellas significaba otra pequeña victoria en su lucha contra la intolerancia y la ignorancia.
-Estoy seguro de que habríamos simpatizado. Y dígame, ¿piensa enviar a alguien a recoger su escritorio y su máquina de escribir?
- ¡Oh, no! Su lugar está aquí. Son parte de este refugio de paz, como lo es la torre de cristales allá arriba. Le suplico que me permita obsequiarle ambas cosas y espero que se vea bendecido con la misma labor productiva e idéntica satisfacción interna como las que disfrutó Joshua.
Siguiendo un impulso abrí los brazos y la anciana dama se refugió en ellos; podía sentir el temblor de su frágil cuerpo. Por último, alzó la mirada hasta mi rostro y mordiéndose el labio inferior, musitó:
¡Rómpase una pierna, señor Christopher!
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