viernes, 10 de junio de 2022

La Elección, Og Mandino. Capitulo 2

 

La Elección 

         Og Mandino   

Capitulo

 #02

A la mañana siguiente dicté mi carta de renuncia, con treinta días de antelación, dirigida a J. Milton Hadley. Cuatro días después, tal y como me lo esperaba, contesté el teléfono de mi oficina y escuché una voz conocida.

-Mark, ¿Qué es lo que está sucediendo?

-Hola, Martha, ¿Cómo está la secretaria ejecutiva más eficiente de todo el país?

-No importa cómo esté yo. ¿Qué es lo que pasa contigo?

-Nada, me siento fantásticamente. Me parece que acabo de quitarme de los hombros el peso de todo el mundo, y hasta que lo descargué, nunca me di cuenta de lo pesado que era.

El señor Hadley leyó tu carta. - ¿Y...?

-Quisiera reunirse contigo, allá en su mansión, tan pronto como sea posible.

-Así lo pensé, pero eso no servirá de nada. Estoy decidido.

-Mark, no tienes que convencerme. Te conozco mejor que él. Desde hace poco más de cinco años he estado tratando de convencerte de que cambies de opinión acerca de algunos otros asuntos. ¡Santo Dios! inconmovible, indomable e incorruptible señor Chris Topher! Pero aun así él quiere verte... por supuesto cuando te sea más conveniente.

-Por supuesto. ¿En dónde se encuentra?

-En Los Ángeles, para pronunciar un discurso ante la Asociación Norteamericana de Banqueros, pero estará de regreso bastante tarde esta misma noche.

- ¿Cómo está su horario para mañana?

-Muy ocupado, como siempre; pero no hay nada que no pueda cancelarse.

De acuerdo, estaré allí alrededor del mediodía Mi secretaria te llamará para avisarte la hora de mi llegada tan pronto como confirme mi reservación en la línea aérea.

-El coche te estará esperando en el aeropuerto O'Hare.

-Bien. - ¿Mark? - ¿Sí, Martha? - ¿Eres un maldito tonto? y la línea se cortó.

La amplia biblioteca de J. Milton Hadley, recubierta de madera de teca, abarcaba un ala completa de su posesión de veintiocho habitaciones, ubicada en lo alto de una pequeña elevación con vista hacia el lago Michigan. Para todos era un misterio por qué razón llamaba a esa habitación su biblioteca, puesto que en ella no existía un solo libro a la vista; con excepción de una inmensa biblia con forro de piel que se suponía perteneció a George Washington. El señor Hadley no era un lector, según explicaba a todos aquellos a quienes consideraba suficientemente importantes para permitirles el acceso a su santuario, él era un hacedor.

El hombre en persona estaba sentado detrás de su lio escritorio de estilo oriental, tallado a mano, directamente debajo de un óleo de tamaño natural de Dwight Eisenhower, ataviado con su uniforme de general. Se decía que el señor Hadley fue el principal contriyente de las campañas de Ike en las dos ocasiones en que con éxito se presentó como candidato a la presidencia, y que en agradecimiento a esos favores se le ofreció la embajada en Italia, a lo que él se rehusó declarando que no le agradaban las pastas ni la ópera y que después de transcurridos tres meses se habría aburrido a morir en Roma.

Sentado a la izquierda del escritorio del señor Hadley se encontraba Morris Rosen, vicepresidente y consejero general de Treasury Insurance Company, con un aspecto tan agobiado como siempre, y a su derecha estaba Wilbur Gladstone, vicepresidente y director financiero. Después de que estreché la mano de todos, el señor Hadley me señaló con un ademán el sillón vacío frente a él y a los demás... convirtiéndome así en un perfecto blanco para el fuego cruzado de los tres.

El viejo no gustaba de la charla trivial. Echándose hacia adelante, se ajustó los anteojos de arillos de oro y se aclaró la garganta.

-Mark, eres una de las personas más útiles de nuestra compañía. Siempre he dicho que nuestra riqueza y nuestra fuerza están no en nuestras inversiones, sino en la gente como tú, héroes en la línea de fuego un día tras otro. En los doce años que has estado con nosotros, has hecho milagros y todavía eres hombre muy joven. ¡Asombroso! Me siento muy orgulloso de ti. El año pasado, tu zona produjo casi mil millones de dólares de nuevas coberturas de seguros, y la rotación de los vendedores que se encuentran bajo tu supervisión probablemente es la más baja de toda la industria. Fuiste Hecho para este negocio, y simplemente odio quieres echar a un lado todos esos años de arduo trabajo y dedicación.

registró impaciente entre un pequeño montón papeles que estaba sobre su escritorio y, finalmente encontró mi carta de renuncia, haciéndola ondear como si fuese un abanico.

-Tu carta no menciona ninguna razón por la quieras abandonar la compañía. Creo que, por lo nos, me debes una explicación. ¿Te importaría comentarnos, aquí en privado, qué fue lo que originó esta de cisión tan repentina, suponiendo que se trate de una decisión repentina?

Durante el vuelo desde Boston, traté de anticipar todas las preguntas que podrían hacerme, anotando mis respuestas en un cuaderno de notas, cambiándolas, puliéndolas, volviéndolas a frasear hasta que me dejaron satisfecho. Pero ahora era diferente, sentado delante de ese genio de hombre por quien yo sentía tanto respeto, un hombre que desarrolló en menos de cincuenta años una compañía valuada en dos mil millones de dólares y cuyos logros llenaban dos columnas de Who's Who in América (Quién es quién en Estados Unidos).

Me obligué a mirarlo directamente a los ojos.

-Señor, desde que me uní a esta compañía, he dedicado casi todos mis momentos de vigilia al progreso de mi carrera, avanzando de un desafío al siguiente como si todo fuese un juego, un juego que yo estaba seguro de ganar. Sólo hasta hace poco tiempo empecé a comprender que, en mi juego, en la forma en que yo lo jugaba, los perdedores han sido las tres personas que más me aman y me necesitan, mi esposa y. mis hijos. precio que han tenido que pagar a lo largo de los años ha sido demasiado elevado.

El señor Hadley frunció el entrecejo y deslizó el dedo a lo largo de una hoja de papel color de rosa que encontraba encima del montón de papeles.

Pero me parece, Mark, que has logrado recomenzar muy bien todos sus sacrificios, cubriendo sus necesidades de una manera que sería la envidia del noventa y nueve por ciento de la población de este país.

Sacudí la cabeza.

- Mucho me temo que no me ha comprendido, señor Hadley. Mi decisión tiene muy poco que ver con el dinero, pero mucho que ver con mi tiempo. Cuando mi hijo mayor jugó su primer partido con la Pequeña Liga de béisbol, ¿en dónde me encontraba yo? Allá en Portland, al frente de una convención de ventas. Cuando mi hijo menor me desafía a jugar un partido de ping-pong o quiere jugar un poco al fútbol, ¿Qué es lo que por lo común le respondo? Que estoy demasiado ocupado o demasiado fatigado, pero que sin lugar a dudas lo haremos al día siguiente. Pues bien, acabo de despertar a la realidad de que no cuento con ningún mañana garantizado. Ninguno de nosotros lo tiene. Cuando mi esposa sufrió aquel terrible accidente automovilístico, transcurrieron varias horas tratando de localizarme, porque me encontraba en la campiña de New Hampshire, entrenando en su zona a un nuevo gerente. ¿Sabe usted que podría contar con los dedos de una sola mano las veces que he cenado en compañía de mi familia durante los últimos doce meses, con excepción de la semana pasada? ¡Esas tres personas tan maravillosas no tienen un padre ni un esposo! Todo lo que tienen es una máquina de hacer dinero que de cuando en cuando se aparece por allí, se muda de ropa y vuelve a salir. Merecen mucho más que eso, y yo también. Mientras todavía pueda hacerlo, estoy decidido a disfrutar del aroma de esas cosas de las que todos hablan.

Morris Rosen, el consejero general, no había dejado de emborronar con furia su cuaderno de notas. Alzo la pluma y comentó:

Pero, ¿parte de tu problema no se debe a propias prioridades en lo que concierne a tu tiempo libre? ¿No es cierto que también impartes una cátedra en una universidad de allá? Todo ese tiempo que pasas lejos de tu familia no tiene nada que ver con Treasu Insurance.

--Tienes razón, Morris; y también juego mucho al golf los sábados y los domingos. Ya he tachado eso de mi lista, así como mis clases en la universidad. Pienso detenerme en esta absurda competencia inexorable en la cual me las he arreglado para involucrarme, disfrutar de las bendiciones que ya tengo y dejar que el resto de ustedes siga corriendo en su maratón sin escalas en dirección al arco iris. Tiene que haber una mejor forma de vida y pienso abandonarlo todo y dedicarme a buscarla y ver si puedo encontrarla.

El señor Hadley suspiro.

-Unas palabras muy elocuentes, Mark, pero no te olvides que incluso Thoreau, finalmente, se vio obligado a abandonar sus bosques. ¿Acaso tu manera de pensar no caducó con la década de los sesenta? Me parece que, en nuestros días, la gente trata de tomar parte en la carrera, no de abandonarla. Supongo que en el aspecto financiero eres suficientemente independiente, de tal manera que el riesgo que corres al hacer un cambio tan drástico en tu vida es mínimo.

- No, señor, lejos de ello. Louise y yo nunca nos hemos preocupado gran cosa por el mañana, de manera que siempre hemos vivido justo dentro de los límites de mis ingresos. Me imagino que disponemos de unos treinta mil dólares en valores y cuentas de ahorro, y eso es todo.

El señor Hadley sonrió por vez primera.

¿No es ésta una situación financiera un tanto lo común para alguien que ha hecho una carrera maravillosa tratando de convencer a los demás e deben guardar una parte de sus ingresos, por medio de seguros de vida y anualidades, para los días lluviosos?

Le devolví la sonrisa.

-Quizá, pero siempre pensé que podía hacerles frena los días de lluvia, cuando se presentaran, mejor que la mayoría. Ni siquiera poseo una sombrilla. Su sonrisa se desvaneció.

Pero por supuesto, cobrarás una considerable cantidad de dinero de tu pensión y de los planes de participación de utilidades.

-Mucho me temo que no; el año pasado solicité un préstamo a cuenta de ambos, la mayor suma que me fue posible obtener. Mi padre sufrió dos fuertes ataques cardiacos y estuvo hospitalizado casi durante cinco meses. Eso, además de los dos especialistas y las incontables enfermeras privadas que necesitó, acabaron con las reservas tanto de mi pensión como de la participación de utilidades.

- ¿Y cómo se encuentra tu padre? - Falleció, señor. Lo perdimos el pasado diciembre.

-Lo siento... y te suplico que me perdones por todas estas preguntas tan personales. La única razón por la cual te las hago es porque en verdad me intereso por ti. ¿Qué me dices de tu casa? ¿Tienes mucho invertido en ella?

- No, señor. Durante el desarrollo de Treasury en la región de Nueva Inglaterra, estado por estado, nos hemos visto obligados a mudarnos en siete ocasiones. La casa que habitamos en la actualidad, en Brookline, es la primera que jamás hemos poseído y apenas desde hace dos años. Cuando la adquirimos sólo dimos como pago de entrada lo mínimo, y si la vendemos tendremos suerte si salimos a mano, considerando ha sucedido al mercado de bienes raíces.

El señor Hadley se echó hacia adelante una mirada ceñuda a un expediente abierto su escritorio.

-¿Y qué es lo que piensa Louise, de esta decisión tuya?

-Con toda franqueza, señor, no cree que siga adelante con ella. Cuando me despedí de mi esposa en el aeropuerto estaba segura de que después de reunirme con usted cambiaría de opinión, pero ella espera que no lo haga. Durante largo tiempo ha sido de partidaria y ha estado a mi lado a todo lo largo del camino, aunque sí mencionó una vieja frase para recordarme que aun cuando se casó conmigo para bien o para mal, no está muy segura de que eso incluya desayuno, comida y cena.

-Tienes dos hijos, ¿no es verdad, Mark? -Dos chicos maravillosos.

-Y me imagino que piensas enviarlos a una universidad cuando llegue el momento.

Sabía que quien trataba de convencerme era todo un experto; además, apreciaba mucho a ese hombre y no tenía razón de ser enfrentarme a él con evasivas, de manera que simplemente asentí.

El señor Hadley se frotó la frente durante varios minutos.

-Quizá hay algo que no he comprendido muy bien, hijo; apenas tienes treinta y seis años. Te quedan por delante cuando menos otros tantos años más y la mayor parte de ellos pueden ser muy productivos. También se que eres un hombre inteligente y brillante y eso es precisamente lo que me confunde. He aquí que dispones de una suma neta total que apenas cubrirá los gastos de tu durante un par de años a lo sumo, si todos vosotros reducís vuestro estilo de vida. Treasury Insuce ha sido tu vida y tu carrera, la cual te ha dado buenos dividendos, durante muchos años. ¿Cómo se sostener a tu familia? ¿Qué es exactamente lo e piensas hacer con el resto de tu vida?  

Dudé en darle mi respuesta, seguro de que si le hablaba de mi plan probablemente me responderían las incontrolables risas de los tres. El señor Hadley malinterpreto mi silencio y con toda seguridad se figuró que ése era el momento ideal para lanzar su ataque decisivo. Poniéndose de pie, dio la vuelta al escritorio y acercándose a mí colocó la mano sobre mi hombro.

-Mark, como bien sabes, Sam Larson ha estado enfermo desde hace algún tiempo. Ahora ha solicitado su retiro antes de lo previsto y hemos convenido en ello. Te ofrezco su puesto como vicepresidente de ventas al frente de toda la compañía, con más del doble de tus ingresos actuales, incluyendo bonificaciones, y puedes empezar de inmediato. Por supuesto, tendrás que mudarte con tu encantadora familia aquí a Chicago y prepararte a soportarme todos los días, pero creo que ambos lograremos sobrevivir a eso. Te suplico que me comprendas; no se trata de una repentina decisión de nuestra parte. Desde hace algún tiempo estamos conscientes de la condición de Sam y de la posibilidad de que tú lo reemplaces. Ya se ha discutido en dos juntas del comité. Todo lo que ha logrado tu carta de renuncia es obligarnos a dar este paso con mayor rapidez de lo que habíamos planeado. ¿Qué me respondes?

¿Qué podía decir? Estaba aturdido. Desde el día en que cerré mi primera venta de seguros como vendedor novato, ésa había sido mi meta: vencer esas probabilidades aparentemente imposibles y llegar a la cima. Poder, más dinero del que jamás podría gastar, además de una trayectoria interna que algún día me lleve la cabeza de la compañía de seguros más pro con mayores utilidades de todo el mundo. Morris Wilbur sonreían, asintiendo al unísono, inclinado adelante en espera de mi respuesta.

-Ahora bien, Mark -prosiguió el señor Hadle dándome una palmada en la espalda—. No tienes a darme tu decisión hoy mismo. Estoy seguro de que desearás discutir todo esto con Louise y considerar...

Hizo una pausa al ver que yo movía la cabeza en un ademán negativo.

-No tengo que discutirlo con Louise, señor. En el aeropuerto me comentó que ella estaría '. acuerdo con cualquier cosa que yo decidiera, incluso si cambiaba de opinión; pero no he cambiado de manera de pensar. señor Hadley. Le doy las gracias por su maravilloso ofrecimiento y me siento muy honrado por ello, pero debo declinarlo.

Con un movimiento apresurado, el anciano caballero retiró la mano de mi hombro y volvió a su asiento. Morris y Wilbur permanecieron sentados contemplando las puntas de sus zapatos. El señor Hadley empezó a dar golpecitos con la pluma contra un gran cenicero de mármol, dejando que sus ojos se posaran en una fotografía en color sepia, con marco de plata, colocada en la esquina de su escritorio... una vieja y desvaída fotografía de él mismo en compañía de la finada señora Hadley y de sus cuatro hijos.

Por último, pronunció con suavidad:

-Bien, no puedo concederte una calificación muy alta por tu práctico sentido común; no obstante, sí admiro tu valor. Pero dime, porque antes no respondiste a mi pregunta, ¿qué harás de ti mismo y de todo ese tiempo libre? ¿Cómo planeas sostener a quienes dependen de ti? ¿Cómo vas a llenar el resto de tu vida?

Ninguno de los tres rio cuando les hablé de ello; vez de eso, todos daban la impresión de que acababan escucharme decir que a la mañana siguiente pensaba lanzarme desde lo alto del edificio John Hancock.

Mi declaración de independencia fue muy breve. Con el mayor alarde de que pude hacer acopio, declaré:

- ¡Pienso convertirme en escritor!

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